Veo con inquietud la intención de voto para las próximas
elecciones. Según la mayoría de los sondeos, gana el PP, seguido de cerca por
el PSOE y Ciudadanos. Podemos llegaría en cuarto lugar, IU quinto.
Después de la Ley Mordaza, después de tantos y tantos casos
de corrupción, hasta incluso en la construcción de su propio sede. El rescate
con dinero público a los bancos, todos ellos entidades privadas con ánimo de
lucro, mientras miraban por otro lado ante los preferentes, las clausulas
suelo, los desahucios. Después de la retrógrada arrogancia de la Ley Wert o el
ataque frontal a la cultura en general con la subida bestial del IVA. Después,
en fin, de una legislatura de la derecha más rancia e hipócrita de Europa,
resulta que el indignado pueblo español, con su infinita bondad, vuelve a
confiar en los que les han burlado durante cuatro largos años.
La alternativa era de esperar. El PSOE, tan acostumbrado al
bien vivir del poder, llega casi empatado con Ciudadanos, la cara aceptable de
la política de siempre. Los apuestos jóvenes de buena familia que no nos
engañarán, dicen.
Y luego, regazados en cuarto y quinto lugar, los únicos que
sí podrían llevar un soplo de aire fresco a la inacabada Transición. España
no es una democracia total. Durante años nos han dicho que es una democracia joven,
que necesita tiempo. Pues han pasado cuarenta años sin el Caudillo, y ahí
siguen las familias e intereses corporativos de siempre.
Parece que hay temor a un cambio demasiado profundo, un
cambio que nos acercaría a las democracias reales del resto de Europa. Pero si
no hacemos nada, si todo lo dejamos en manos de los que consideran que el país
es su finca, el resultado será mucho peor.
Es hora, cómo dijo Ayala, de levantar la vista del plato de
sopa. Hay que espabilarse, desenmascarar a los ladrones del Estado, y votar por
un cambio de verdad, un cambio de actitud. Gobernar no es mandar a callar. Es
servir honradamente al pueblo que te confió el voto. ¿Cuántos pueden presumir
de ello?
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